"Pobres mexicanitos, no se han dado cuenta que
si este barco se hundió, no fue solo por los errores del timonel, sino por la
desidia y la torpeza de los remeros" (Antonio López de Santa Anna)…
Sí,
sí México, es cierto, eres bello; tus escenarios naturales impactan a
cualquiera, tu gastronomía es única en el mundo, te catapultas en el ideario
internacional por la servicialidad de tu gente, por tu alegría, porque los
mexicanos saben cómo divertirse, saben ser amables…
Pero está
presente también la segunda cara de la moneda, ésa que me cuesta aceptar que
palpita, que está latente: México sigue siendo sinónimo de sombreros, tequila y
rebozos; y en las palabras de los propios mexicanos, somos machistas,
corruptos, impuntuales, cobardes, mentirosos, chismosos, incultos, holgazanes…
Y la lista aquí sí que continúa: que tenemos un gobierno al que lo único que le
importa y satisface es el dinero y el poder exacerbados, que creemos
fervientemente en el cambio pero no hacemos nada por alcanzarlo, que para
nosotros la palabra “triunfo” está prohibida… Que la libertad y la buena vida
son dos cuestiones que jamás conoceremos…
Después de
escuchar la descripción que Ocatvio Paz hace del mexicano, he de confesar que
me encuentro como desorientada y es que, a diferencia de los demás autores que
a lo largo de mi instrucción y de mi vida he venido escuchando, Paz ubica como “virtudes”
ciertas características que tenemos los mexicanos… Y entonces, es aquí donde me
pierdo… Porque en teoría sus líneas suenan exquisitas, creíbles, alentadoras,
pues resulta motivante pensar que no es incorrecto el hecho de que un mexicano
busque estar solo, que busque enarbolar
con total orgullo el estandarte del estoicismo, que tenga como una de sus más
grandes virtudes populares la resignación… Y entonces, llega mi duda: ¿en qué
momentos nos desviamos? ¿En qué situación estas características que al oído
resultan agradables tomaron otro rumbo?
No puedo
callarlo: me emocionó el viraje encontrado en las palabras de Octavio Paz, me
ilusionó la posibilidad de ver a mi país poseedor de la grandeza que le
corresponde… Y me hizo vibrar el saber que, probablemente, nuestros mayores
defectos sean también las mayores virtudes con que contamos… Y que en esta arma
de doble filo se encuentre –hábida por salir a la luz- la salvación para nosotros, los mexicanos….
…Nuevamente
estoy extasiada… Una vez más viene a mí la imagen de un México esplendoroso,
ecuánime, victorioso… Y no tengo duda: sí se puede, aunque suene a cliché,
aunque la expresión parezca ya agotada… Con todo el corazón sé que se puede… Y
que este país del que me siento verdaderamente orgullosa, no va a morir sin ver
algo diferente; no va a morir sin encontrar sus ojos llenos de lágrimas de
emoción al presenciar el sol saliendo para su pueblo.
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