¿Cuántas veces, como hijos, nos hemos quejado amargamente de nuestra madre? ¿En cuántas ocasiones hemos dado rienda suelta a nuestra boca con malas expresiones sobre ella?... Yo te invito a que lo pienses para ti...
El escrito que estás por leer, es el resultado de una escena que muy probablemente te resultará conocida y hasta familiar.
Por último, sólo decir que, por sobre todas las cosas, más allá de los regaños, las peleas, los gritos... Una madre siempre será nuestro mayor ángel aquí en la tierra, porque en esos momentos en que la vida se nubla y uno se ha quedado sin aliento... La única persona que permanece a nuestro lado, sin condiciones, es la mamá... Porque todos pueden darse el lujo de flaquear, de tirar la toalla, pero para una madre, lo imposible se vuelve posible y la lucha, el esfuerzo, son capaces de multiplicarse tanto como hagan falta... Porque todos pueden darte la espalda, pero tu madre siempre estará ahí para ti, dispuesta, con los brazos abiertos... Porque su regazo es el lugar más cálido y seguro de este mundo; porque sin importar la edad que tengamos, siempre encontraremos en ella un corazón lleno de amor, de paz, de seguridad...
Desacuerdos, caras
largas
Un niño que recostado
en la mesa espera inpaciente el fin de la conversación…
De un lado
la madre
Del otro
la hija…
Una con
miradas propias de quien se sabe en ventaja, con superioridad.
La otra,
con miradas fulminantes, pues en el fondo sabe, no hay mucho que decir…
Los
minutos pasan, y al igual que en los últimos años, esta vez tampoco llegarán a
un acuerdo, porque el tiempo va cobrando factura y porque con el caminar de la
vida, cada una ha forjado su carácter, ha decidido no doblegarse ante nadie y,
por encima de todo, resultan tan iguales, que es imposible que exista acuerdo
entre ellas…
La joven
levanta la voz
La madre,
con enojo y rabia escondidos, aparenta tranquilidad…
Pretende
dar ejemplo de pasividad, de madurez
La hija,
como resultado de su incompleto conocer del mundo, trata de ponerse a la altura
de su madre… Habla fuerte, mira con profundidad… No sirve de nada.
La madre
la saca de quicio, porque más allá de esta conversación, la hija la ama,
probablemente más que a nada en el mundo, pero es tan grande su deseo de
demostrarle que ella también vale, que ha aprendido muchas cosas, que no guarda
sus palabras. La madre no cede, nunca lo ha hecho…
El reloj
marca otra hora, apenas 15 min después de la discusión… La madre camina por la
sala, cerca de su hija, y no pasa nada… Ninguna se atreve a mirar a la otra,
menos a hablarle, porque en el fondo, ambas saben que la otra tiene algo de
razón…, pero ¡ah!, el orgullo es grande…
La madre
se sienta, hay trabajo pendiente… Es graciosa la escena: ambas mujeres, tan
similares en el físico, y más aún, en el carácter y la forma de pensar, están
frente a una computadora, escribiendo… Casi me atrevo a jurar que ambas están
pensando en la conversación de unos minutos atrás; casi podría asegurar que las
dos quisieran en este mismo momento, levantarse y abrazar a la otra…, y decirle
un tan sencillo, complejo y completo “TE AMO”…, pero no lo hacen, están
ocupadas… y es que así ha sido en los últimos años, la barrera que de manera
natural separa a madres e hijas, es ahora gigantesca, han crecido separadas,
con mil cosas por hacer, con muchas personas ocupando el tiempo que les
correspondía a ambas… Y resulta que, con los años, la hija se ha vuelto más
parecida a su madre, y al ser ya “grande”, las cosas se han complicado.
Qué
dilema: tan cerca y a la vez tan lejos, tan distantes… Y es que día a día se
lastiman más, pierden el tiempo en tonterías, no hacen nada por llevarse bien…
Muchas
ocasiones ha sido la misma escena…, y al cabo de unos días la madre y la hija
están bien, “contentas”… Pero hoy, más que nunca, ruego a Dios luz para ambas,
para que logren ver que en el fondo las dos se aman, y que cada segundo que
pasan enojadas, significa un instante menos para disfrutarse…
La madre
debería ceder un poquito, no es necesaria tanta dureza, tanta pose, el rigor en
exceso no le ha dejado nada bueno… Debe entender que las exageraciones no
tienen sentido, que tal vez con un poquito de amor, con unas cuantas sonrisas,
logre más que con cualquier palabra fuerte.
La hija
tiene que aprender que aunque le "enferme", la madre sabe más que ella… Que es
una mujer experimentada…, pero que eso no la vuelve fría, que aún necesita sus
palabras cariñosas, sus muestras de amor. Debe entender que con sus palabras es
capaz de lastimarla más que nadie, porque es su hijita, su chaparrita, la primera, con la que aprendió a ser mamá… Debe aprender a respetarla, a ser
su apoyo, su cómplice, debe ser buena hija, aunque eso a veces signifique
quedarse callada, incluso cuando sepa, tiene razón…
Porque la
hija ama a su madre, pues es su mayor ejemplo, su mayor inspiración… Porque no
le alcanzan las palabras, pero un “GRACIAS” es lo que más se acerca a lo que
quisiera decir…
Porque la
madre ama a la hija, porque sencillamente el amor que como madre le tiene, es
inexplicable, incomparable…
Porque
ambas se aman…, pero mientras no entiendan que no son enemigas ni rivales, sino
madre e hija, nada va a cambiar…